Cientos de devotos de todas las partes del país celebrarán durante tres días en un festival el aniversario de la muerte del santo no sólo con cigarrillos, sino con otro tipo de sustancias como el hachís. Y es que cerca de un millón de los ciento setenta millones de habitantes de Pakistán practican una doctrina que, para muchos, fue la responsable de que el Islam consiguiese extenderse por el subcontinente indio, a través de sus bellas melodías y propiciando el florecimiento de las artes musulmanas.
Música, bailes y drogas prohibidas -no aceptadas por la vertiente ortodoxa del Islam- conforman el cocktail de esta fiesta donde el sufismo es un viaje hacia Dios a través de ceremonias que incluyen la recitación, el canto y la música instrumental, aromas de incienso, éxtasis y, finalmente, el trance como momento culminante.
Multitud de grupos musicales se sucederán sobre una tarima de madera agitando voces y haciendo sonar instrumentos de percusión y un pequeño acordeón, bajo la atenta mirada de cientos de fieles. Algunos de los músicos vienen desde muy lejos sólo para la ocasión y no deben estar en el escenario más de cinco minutos. Los grupos pueden ser tanto famosos como no, el objetivo es concederles la misma oportunidad para actuar. Las multitudes premian en cada acto a los intérpretes con unas pocas rupias, no más de diez, en un rocambolesco ritual mediante el que una persona recoge los billetes y los lanza al aire en una lluvia de dinero destinada a atraer la fortuna. A través de la música, los sufíes creen llegar a estar con Dios por momentos, algo que difiere de la creencia musulmana ortodoxa, cuyos fieles consideran que sólo se encuentran en el camino y que conseguirán reunirse con él tras la muerte. Una vez anochece, masas de jóvenes acuden a templos sufíes para sumergirse hasta casi el amanecer en un relajado ambiente donde comienzan a liar, a un ritmo frenético, cigarrillos de hachís que después van pasándose los unos a los otros, en un ritual en el que se pueden llegar a fumar más de una docena al mismo tiempo y que encienden la pasión de los muchachos, que se levantan y bailan exaltados, agitando las cabezas a velocidades insospechadas.
A pesar de que las drogas están prohibidas en Pakistán y su consumo duramente penalizado, la policía hace la vista gorda durante las fiestas sufíes.
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