"El castigador", así se hace llamar Rodrigo Duterte, un ex capo mafioso de 63 años arrepentido y actual alcalde de la mayor ciudad del sur de Filipinas, Davao, en donde los índices de criminalidad han descendido desde que este polémico edil emplea su jarabe de palo.
Ha echado mano de antiguos contactos de su época como jefe de una banda delictiva y contratado a sicarios para que barrieran las calles de forajidos. En algunas ocasiones, él mismo la encabezado, escopeta al hombro, las operaciones policiales contra ladrones de bancos, narcotraficantes, secuestradores o violadores.
Llegó al sillón municipal por primera vez en 1987, cuando Filipinas acababa de restaurar la democracia tras la ley marcial impuesta por el dictador Ferdinand Marcos. Por aquel entonces, Davao sufría atentados habituales de los guerrilleros comunistas del Nuevo Ejército del Pueblo (NEP) y del Frente Moro de Liberación Islámica, el mayor movimiento insurgente de Mindanao.
Donde habían fracasado las poderosas fuerzas de seguridad del régimen de Marcos, Duterte logró neutralizar en pocos años ambas amenazas. Antaño refugio de malhechores que se ocultaban en sus callejuelas de las autoridades de Manila, Davao, a mil kilómetros al sureste de la capital, presume ahora de una de las tasas de criminalidad más bajas de todo el país, gracias a los métodos de este alcalde (y la oficina local de turismo le da la razón).
Como quien avisa no es traidor, el propio Rodrigo Duterte se desplazaba a los campamentos rebeldes en las afueras de Davao, donde les advertía de "graves consecuencias" si no se marchaban de la ciudad. "La ley soy yo", les dejaba siempre bien clarito antes de montar en su motocicleta Harley Davidson, con la que todavía recorre las calles. Así, los rebeldes -y en general todos los criminales- pronto empezaron a "desaparecer" al poco de ser detenidos. Tras acabar con los malhechores violentos, volcó su atención en los pequeños delincuentes, a los que ordenó dar latigazos, y los conductores temerarios, a los que obligaba a pasear desnudos por el centro de la ciudad antes de ser encarcelados, como es de conocimiento público. Durante aquellos años, Duterte empleaba a los denominados "escuadrones de la muerte" para eliminar a sus rivales políticos, hasta que nadie pudo disputarle el poder, según han denunciado varios grupos de derechos humanos, incluida la AHRC. En 1998, decidió abandonar la alcaldía por la limitación a tres mandatos consecutivos y obtuvo en las elecciones de aquel año un escaño de congresista por Davao, donde seguía mandando en la sombra. Su inmensa popularidad y eficacia de sus métodos para combatir el crimen llevaron a dos presidentes, primero Fidel Ramos y luego el defenestrado Joseph Estrada, a ofrecerle la cartera de Interior en sus gobiernos, pero Duterte no quería trasladarse a Manila. Quien si aceptó ese cargo fue el actual alcalde de la capital, Alfredo Lim, apodado "Harry el Sucio" y uno de sus mejores amigos. "Si hubiera veinte más como Rodrigo Duterte, Filipinas no tendría ningún problema de inseguridad", asegura Lim, quien aplica en Manila algunas de las tácticas de "El Castigador" y señala con pintura roja las casas de los sospechosos de traficar con drogas. Ambos son considerados el prototipo de líder autoritario que mantiene seguro su territorio, limpio de corrupción y cuyo populismo le hace ser muy querido por los votantes.
Después de tres años "exiliado" de Davao como congresista en el Parlamento capitalino, Rodrigo Duterte regresó a la alcaldía en el año 2001, siendo reelegido de nuevo en 2004 y después en 2007, siempre por una aplastante mayoría y sin apenas oposición en una ciudad donde a nadie deja indiferente.
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